>>>>Colaboración externa Por Rafael Serrada
He leído con interés el post que Alejandro García publica en FuegoLab y los comentarios que ha suscitado. Es un
tema con profundidad y muchas facetas en el que pienso que puedo ayudar a
aclarar algunas cuestiones. Pensé en un principio hacer yo mi comentario
colgado del mismo post, pero dudo de si la capacidad de ese vehículo es
suficiente para expresar todo lo que quiero decir y, por otra parte, hay cosas
que se salen de la discusión establecida en esta ocasión. Así que me decido por
escribir un post que abarque lo discutido en el citado y algunas cuestiones relacionadas
con la gestión forestal.
El incendio de Aleas (Guadalajara, España) afectó a 2.000 hectáreas en verano de 2014 (al fondo) pero tenía un potencial de 20.000 ha que se salvaron (primer plano). Foto: R. Serrada |
He tomado el título de este post del bolero cantado por Antonio Machín Amar y vivir, en el que, al pensar en un posible amor perdido, dice en dos versos que No quiero arrepentirme después de lo que pudo haber sido y no fue.
¿Qué tiene que ver Machín con los
incendios forestales? Trataré de explicarlo. Cuando se analiza, se propone, se decide,
se investiga, se hace y se juzga en relación con los incendios forestales hay
que tener en cuenta que son inseparables la prevención, la extinción y la
restauración (a partir de ahora PER). No pueden ni deben ser tratadas estas
actividades por separado, aunque la especialización profesional o la urgencia o
la brevedad de la discusión requieran dar mayor peso a una o a otra. A su vez,
el trío PER no puede ni debe ser segregado del conjunto de la gestión forestal.
Los resultados positivos de unas
buenas decisiones y ejecuciones en el PER tienen una muy difícil valoración:
hay que considerar lo (malo) que pudo
haber sido y no fue. Pongo un ejemplo dentro de la extinción para que se
entienda mejor, pero también es extensible a la prevención y a la restauración.
En un momento y lugar concretos, la eficacia de los equipos de extinción de un incendio
debe ser valorada no tanto por lo que se ha quemado, sino por lo que se pudo
haber quemado (malo, en principio, pues siempre daña bienes y servicios y puede
que a personas) y se evitó. Este sistema de valoración, que es el justo y
debería ser el real, no ha sido ampliamente sometido al método científico (de
momento y con divulgación suficiente) y, por supuesto, es ignorado por aquellos
a quienes lo forestal les resulta algo ajeno, extraño, alejado y que, para
pesar nuestro, son los que opinan en los medios de comunicación y deciden en
los despachos que legislan, planifican e invierten.
Todo se centra en contar hectáreas
y acusarse de ineptitud, en un ejercicio de obsceno maniqueísmo por el cual si
demuestro que tu eres malo y torpe es que yo soy bueno y eficaz, vótame. Nadie
contabiliza lo que se ha evitado, no sólo en hectáreas quemadas, ni se valora el
esfuerzo derrochado y el riesgo asumido por todos aquellos que han participado,
cada uno en su puesto.
Así que hay que profundizar en
qué, cuándo, dónde y cómo hay que hacer en el PER para que lo malo que pudo haber sido y no fue no sea mucho, en términos relativos.
O sea, hay que valorar y analizar las acciones de la técnica forestal en
general y la selvícola en particular que evitan males futuros o dan resultados
loables.
Según mi opinión, cuando se
analiza, se propone, se decide, se investiga, se hace y se juzga en relación
con procesos y técnicas forestales, hay que tener en cuenta las cinco E de la
Selvicultura y las cuatro escalas.
En una comarca, monte o rodal
cualquier cosa que se analice o se haga tiene que tener en cuenta y explicar
las cinco E: estación; especies; estructura; espesura; y edad (actual y de
madurez). Las cuatro escalas, no siempre bien definidas por los forestales ni
comprendidas por los urbanitas, son: territorial,
los montes son muy grandes; temporal,
plazos muy diferentes de los agrícolas o industriales; económica, donde no se retribuyen las funciones ambientales; y social, donde se suele ignorar a la
gente que forma parte de los montes.
Bien, pues esta larga
introducción espero que sirva para comprender lo que diré a continuación. Los
procesos descritos en La paradoja del
fuego forestal podemos entender que son ciertos en la escala temporal pero
¿en qué escala territorial y en todas partes? ¿con qué pasado económico y
social se han tratado las masas forestales? ¿en qué estaciones? ¿en masas de
todas las espesuras, especies, estructuras y edades? Es evidente que si se deja
aumentar la espesura, a igualdad de condiciones de inicio y propagación, la
dificultad de extinción, la severidad y la intensidad del incendio serán
mayores y tras la regeneración se producirá la recurrencia. ¿Se deben sacar
propuestas de actuación universales de la constatación de un proceso
supuestamente universal? Este es el riesgo conceptual que puede inducir a la no
actuación.
Al igual que con la teoría de la
sucesión vegetal de Clements (también fundada en la observación de los montes
de Norteamérica, donde la presencia masiva de los humanos se inicia 2.000 años
después que en Europa y no ocupa los lugares de observación), existe el riesgo
de que la explicación, razonable y verosímil, sobre un proceso natural acabe
siendo sacralizada y convirtiéndose en guía para todas las actuaciones. La
teoría de Clements sigue "iluminando" decisiones sobre la elección de
especies para la repoblación forestal, independientemente de condiciones
sociales, económicas y estacionales, especialmente edáficas.
Las generalizaciones son
adecuadas y convenientes para escribir la introducción a tratados generalistas,
pero no hay que dejar que justifiquen las políticas forestales. Éstas deben ser
diseñadas en función de las condiciones sociales y económicas de cada comarca
(escala territorial inferior en tamaño a la autonómica, especialmente en
relación con los incendios) y las operaciones y trabajos serán propuestos en
función de las cinco E de cada rodal.
Desde mi punto de vista, en todo lo referente al PER, se hace necesario,
por una parte, explicar cuestiones de tipo general y experiencias realizadas y
sus resultados, pero es imposible, y peligroso, tratar de meter un manual lo
que hay que hacer para prevenir, extinguir y restaurar en todos los casos.
Ningún libro puede, ni debe, sustituir al proyectista que analiza, diagnostica,
propone y ejecuta el tratamiento que cada rodal necesita. Otra cosa es que el
proyectista quiera, sepa y pueda hacer lo debido en cada caso. El querer
requiere esfuerzo, el saber necesita formación previa suficiente y meterse (ser
y no estar) en el monte y el poder se completa con financiación y comprensión
por parte de la sociedad.
A que esta necesaria comprensión
social se produzca, desterrando críticas basadas en lugares comunes y tópicos, maniqueísmos
sectarios y simplificaciones favorecidas por los medios de comunicación,
tenemos que contribuir todos y siempre tendremos de colaborador el mejor y
único maestro de este oficio, el monte, si le escuchamos y miramos con atención.
El modo de mirar y comprender el
monte tiene que vacunarse contra tres síndromes que acaban dando malos
resultados y explican mucho de lo que hoy se lleva en la legislación y en la
práctica: el síndrome del descubridor, que contemplando por primera vez un
paisaje forestal queda maravillado, piensa que es suyo por haberlo descubierto
e, ignorando a las personas, las técnicas y los procesos que lo han producido,
pretende mantenerlo igual a sí mismo paralizando todas las actuaciones; el
síndrome del justiciero, que considerando al hombre, por su mera presencia,
nocivo para la naturaleza, se dedica exclusivamente a perseguir y castigar el
comportamiento de los malos (los otros); y el síndrome del antropocentrismo,
que consiste en otorgar a los ecosistemas, a los animales y a las plantas las
mismas facultades que poseen los humanos, como la voluntad.
El antropocentrismo tiene
manifestaciones en el lenguaje. Aunque este es un tema que daría para muchos
post, algo tengo que apuntar. En relación con el que nos ocupa, el término
pirofila, aplicado a una planta utiliza el término griego filos, que significa
amante o amiga, lo que supone que las plantas tienen voluntad. Prefiero el
término pirofita, que señala únicamente una relación entre planta y fuego. Algo
similar sucede con voces que se están prodigando en estas materias, como
reclutamiento o nodriza.
Termino, solo queda desear a los
forestales, los que saben valorar el efecto de una clara o un área cortafuegos,
de una eficaz y segura estrategia de extinción, o de unos oportunos recepes
para ayudar a la regeneración por brotes tras el fuego, a través de lo que pudo haber sido y no fue, que
esta campaña de 2014 acabe en esta tercera semana de septiembre con las lluvias
que parece que llegan y sin más desgracias personales que las que ya hemos
tenido que lamentar. Ánimo que, aunque bastante incomprendido, este oficio es
apasionante.
Información adicional
Rafael Serrada (2008). Apuntes de Selvicultura. Servicio de Publicaciones. UPM. Madrid.
Rafael Serrada es Vicepresidente de la Sociedad Española de Ciencias Forestales
Si os gustan las entradas de nuestros colaboradores podéis apoyarnos en los premios Bitácoras 2014 en la categoría de Ciencia, el mundo forestal y medioambiental debería estar bien representado aunque compitamos contra los gigantes de la ciencia básica. Gracias como siempre por vuestro estímulo.
Si os gustan las entradas de nuestros colaboradores podéis apoyarnos en los premios Bitácoras 2014 en la categoría de Ciencia, el mundo forestal y medioambiental debería estar bien representado aunque compitamos contra los gigantes de la ciencia básica. Gracias como siempre por vuestro estímulo.
Me ha gustado ese trinomio del PER.Gracias compañero.
ResponderEliminarMagnífico.
ResponderEliminarOs dejo aquí el comentario de Alejandro García:
ResponderEliminarNo defiendo, faltaría mas, la utilización generalizada y mucho menos automática del fuego como herramienta de gestión, sino su uso prescrito (como puede apreciarse en salvedades que repito como “…allí donde las condiciones lo aconsejen” o “…de aquellos compatibles con los actuales usos del suelo”); prescripción facultativa que por ello implica el análisis de la estación, que incluye las características del suelo en cuestión, las especies, la estructura, la espesura y la edad de la masa y la oportunidad meteorológica, teniendo en cuenta las cuatro escalas esenciales de influencia que citas, territorial, temporal, económica y social, que la propia ventana de prescripción ha de contemplar como epígrafes obligatorios de los planes de quema que, como documento técnico, deben preceder al uso del fuego como herramienta de gestión [1].
Es muy posible que el término “pirofilia” al que aludo en el texto no sea tan preciso como el de “pirofitismo” que sugieres para la expresión de la misma idea, pero no entiendo tu crítica frente a mi licencia. Términos que todos los forestales utilizamos, todos, como “acidófilo”, “calcífugo”, umbrófilo u otros similares ¿son también manifestación del síndrome del antropocentrismo?. Entiendo, porque así lo asimilé de tus clases (que siempre consideré magistrales) que el pirofitismo, ya sea activo o pasivo, alude a las estrategias de regeneración desarrolladas por las plantas ante la perturbación fuego y de las que depende la resiliencia del sistema. Mi ampliación a “pirófilos” pretende abarcar dicho término añadiendo el matiz de la creciente combustibilidad de muchos de nuestros montes por las causas mencionadas en “la paradoja del fuego forestal”.
Fue y sigue siendo un honor tenerte como profesor. Nos ensañas a leer el monte. Gracias mil.
Alejandro.
[1] con la posible única excepción del fuego técnico utilizado en los planes de extinción, donde la necesaria inmediatez puede eximirnos de su trasposición previa al documento, aunque nunca de su análisis