(El
fuego que ayuda a conservar nuestros bosques II)
En mi última entrada ya anticipé que os
iba a dar la paliza con un poco de Historia. Aunque las quemas prescritas hoy
día se ejecutan en todo el mundo no siempre estuvo tan claro que era la solución
para la gestión de muchos de nuestros ecosistemas. Os presento aquí un resumen
de la visión de Harold
Biswell
sobre
el proceso de encuentros y desencuentros que existió en EEUU durante todo el
siglo XX hasta que finalmente hubo un consenso general sobre el uso de las
quemas prescritas. Durante la lectura adelanto que muchos tendréis cierta
sensación de déjà vu.
Pueblo arrasado por el gran incendio de Idaho (1910) |
Quemas prescritas en los "Piney woods"
En el
SE de los Estados Unidos las quemas prescritas bajo cubierta de Pinus palustris (Piney
Woods) se han recuperado tras 200 años de exclusión. Las comunidades indias
de esta zona usaban el fuego como método selvícola para mantener limpio el
sotobosque y crear pasto para el ganado, favoreciendo a su vez las condiciones
para la caza. Numerosos ecólogos de mitad del siglo pasado creían que el
dominio de Pinus palustris en el SE
de los EEUU se debía en gran parte por su adaptación a fuegos de baja
intensidad. También se advertía que la eliminación de estas quemas podría
suponer la aniquilación de estos bosques de coníferas. En 1907 el forestal T.T.
Manger dio la voz de alarma ante la extinción de esta especie y a partir de
esta fecha comenzó un amplio debate sobre la reintroducción de las quemas bajo
dosel. Todo ello llevó a una discusión entre científicos, que abogaban por los
efectos beneficiosos de las quemas, y el Servicio Forestal (Forest
Service), que se mantenía en la política de exclusión. H.H. Chapman
(1907), profesor de forestales de Yale, apuntó que la supervivencia de las especies debía suponer una modificación de las costumbres locales pero
nunca una erradicación. Así, se
debía promover el uso del fuego por sus efectos beneficiosos de manera controlada y planificada e integrarlo
como costumbre en las zonas donde el uso
del fuego es tradicional. Entre 1911-1914, Ronald Harper, un botánico del
Instituto Politécnico de Alabama, escribió una serie de artículos sobre
"Una defensa de las quemas forestales". No siendo forestal, abrió una
ventana botánica a la controversia, aunque paradójicamente por esta razón, sus
opiniones fueron consideradas de pequeño valor. En esta misma época dos
forestales, James W. Toumey (Yale) y Austin Cary (Harvard), criticaban las
quemas anuales indiscriminadas. Sin embargo defendían la quema prescrita como
elemento de regulación (no exclusión) del fuego, que sería la herramienta
selvícola del futuro. El Forest Service,
ansioso de probar científicamente que las quemas eran perjudiciales para la
regeneración de P. palustris hizo un
experimento en 1913 conocido como Roberts
Plots. Consistió en dividir un acre
en 4 secciones: una se quemaba anualmente y pastoreaba, otra sin pastorear,
otra sólo se pastoreaba y otra sin intervención. Durante algunos años las
quemas disminuyeron el crecimiento del regenerado, sin embargo pasado un
tiempo, cuando los supervivientes a las quemas se recuperaron, éstos tenían
mejores crecimientos que los de la zona protegida. Interesadamente se
enmascararon los resultados refiriéndolos a los primeros años del experimento. El
Gobierno usaba panfletos con titulares
como "Woods Fires- Everyone´s enemy"
o "Growing children need growing
trees", incluyendo en todas sus publicaciones los nulos efectos
beneficiosos del uso del fuego. El fuego (que no sólo el incendio) era atacado
como enemigo social (¿a alguien le suena esto?). Tras el gran incendio de Idaho
de 1910 los gestores de estas zonas forestales de alto riesgo de incendios ya
apuntaban los problemas que existían por la gran acumulación de combustibles y
la necesidad de las quemas para disminuirlos. Ellos fueron quizás los que
empezaron a advertir que cuando se discutía sobre el uso del fuego se estaba
hablando de dos cosas muy diferentes: los fuegos descontrolados llamados
incendios forestales y otra cosa muy distinta, las quemas prescritas y
controladas que tenían un propósito y objetivos muy concretos.
Distribución de Pinus palustris |
En el estado de Mississippi se
realizó un estudio de pastoreo en 1923 dirigido por R.D. Forbes, director de la
Estación Experimental Forestal del Sur,
que era fuerte opositor de las quemas prescritas. Quería probar que iban en
detrimento tanto de la cantidad como de la calidad del pasto y también de la
regeneración de P. palustris. El
experimento fue similar al Robert Plots
pero en parcelas de 150 acres (unas 60 hectáreas o los famosos 60 campos de
fútbol). Después de 6 años se vio que los animales que pastoreaban en las zonas
quemadas pesaban de 32 a 62 libras (de 16 a 31 Kg aproximadamente) más por
animal. Además vio que el fuego podría ser beneficioso para la regeneración de
las coníferas. Estos resultados se intentaron publicar en la revista de la AFA
(American
Forestry Association) pero fueron rechazados por ésta. Cuando los
investigadores consiguieron publicar en una revista divulgativa, inmediatamente
AFA les pidió el artículo para publicarlo. Su conclusión fue que estos bosques
eran el resultado de largos años de quema de pastizales y ello conduce a que el
fuego sea esencial para la perpetuación de las especies existentes. Los
resultados fueron publicados en el boletín de USDA en 1939 y fue el primer
reconocimiento oficial del Forest Service
de los beneficios de la quema prescrita en la gestión forestal de los bosques
de Pinus palustris.
En los años 1930s existía una incidencia tremenda de grandes
incendios que hizo al Forest Service
replantearse la política de exclusión. Frustrados por no poder controlar los
grandes incendios empezaron a tomar en consideración los resultados de las
experiencias sobre quemas prescritas efectuadas hasta ese momento. Este punto
de vista se reforzó tras el gran holocausto de 1941 en el Osceola National Forest de Florida que devastó 25.000 acres (unas
10.000 hectáreas). Harold H.Biswell empezó a estudiar en 1941 los efectos y
beneficios de las quemas prescritas en bosques productores y para ganadería.
Estos estudios mostraron que el tiempo y frecuencia de las quemas podrían
concordar con los requerimientos ecológicos de los árboles y el aumento del
riesgo de incendios, dependiendo de cada especie estudiada. Así, llegó a la
conclusión de que debían elaborarse planes de quema en función de la ecología
del fuego de cada especie y cómo ésta acumula combustibles finos y muertos
(acículas, ramillas, hojarasca, etc.). Igualmente debía estudiarse su relación
con el crecimiento del pasto bajo copas. Por tanto el estudio exhaustivo de
estos combustibles vivos y muertos es
indispensable para prescribir la quema ya que constituyen el combustible de la
misma. Los propietarios particulares ya venían ejecutando quemas controladas
desde 1934. Ante el poder de estas grandes compañías madereras y la evidencia
de sus actividades, la política del gobierno tuvo que cambiar. Con este
cometido el Forest Service en 1943
aprobó el programa de quemas prescritas para los bosques nacionales en el
dominio del P. palustris con los
objetivos de: protección, preparación
del regenerado, supresión de la vegetación bajo copas, pastoreo y mejora del
hábitat de la vida salvaje. Este programa se dio a conocer también a los
propietarios de plantaciones convirtiendo por tanto en legales, las quemas
realizadas desde hacía 8 años por las compañías madereras. Después de esto, el
incremento en extensión y frecuencia de las quemas ha sido grandísimo. En Abril
de 1946 se quemaron 58.000 acres (23.000 hectáras) y en 1982 ya se quemaban 2.800.000 acres (1.120.000
hectáreas) entre bosques públicos y privados. Algunos autores proponen elevar
esta cifra a 3 millones de hectáreas lo que supondría un 10% de la superficie
forestal del SE de EEUU.
Quemas prescritas en California
Un proceso paralelo en el tiempo y prácticamente idéntico tuvo
lugar en el estado de California (SO de EEUU). En este caso los resultados
tienen especial relevancia internacional porque se pretendía gestionar
ecosistemas Mediterráneos que son muy similares en otras zonas del planeta
(Chile, Europa, Suráfrica y Australia). La política de exclusión del fuego
adoptada en 1905 por el Forest Service
no fue aplicada en California hasta 1924 ya que existía un vigoroso debate
entre dos grupos bien diferenciados: los que defendían seguir ejecutando las
quemas a finales de primavera tal y como lo hacían los indios nativos siglos
atrás, y los que creían que los incendios podrían pararse sin mucha dificultad
y la política de exclusión era la solución. Numerosos investigadores comenzaron
a estudiar los beneficios del fuego prescrito. En 1919 J.A.Kitts demostró
científicamente los beneficios del uso del fuego en lugares adecuados donde el
bosque necesitaba una remoción del suelo para escarificar las semillas y
promover la regeneración. Por el contrario, la Sociedad Americana de Forestales
y el Comité Forestal de California tras varios encuentros entre 1919 y 1920
concluyeron que las quemas eran una práctica destructiva basada en principios
falsos de protección y conservación forestal. El único que discrepó en estas
reuniones fue B.A. McAllister, de la Compañía Pacífico Sur, que recordó los
resultados de Kitts y sobre todo le preocupaba que en el territorio gestionado
por él los incendios producían pérdidas de 100.000 dólares anuales de la época.
Convencido del éxito de las quemas para gestionar sus montes se ofreció para
realizar un test que se llevó a cabo en 1923. Los resultados publicados
concluían que las quemas se basaban siempre en tres realidades:
1) Bajo
determinadas circunstancias el fuego corría a través del bosque consumiendo
acículas y matorral pero nunca árboles vivos en pie
2) La
intensidad del fuego depende mucho de la acumulación del combustible sobre el
suelo
3) La completa
prevención del fuego es imposible.
Los opositores a las quemas tomaron la siguiente posición tras la
lectura de estos resultados:
1) Aunque el
fuego no dañe a los árboles adultos sí perjudica al regenerado
2) Tras 5 ó 6
años los combustibles muertos se van cayendo de las copas tan rápido como se
acumulan y por tanto esta acumulación no llega a ser alarmante
3) Una
protección efectiva contra el fuego (vigilancia y extinción) sin utilizar
quemas era factible, siendo además éstas menos económicas que la exclusión.
En 1928 la Red River Lumber
Company informó al Estado de los tremendos costes que le suponía a la
compañía prevenir los incendios sin utilizar las quemas prescritas y el Estado
se vio obligado a subvencionar los desbroces. Dos jóvenes forestales, S.B. Show
y E.I. Kotok estudiaron de 1923 a 1930 el papel del fuego en los montes de
California. Durante sus investigaciones fueron grandes opositores de la
política de exclusión pero más tarde llegaron a ser altos cargos del Estado y
durante sus administraciones, ni sus subordinados ni ellos, mencionaron ninguno
de los beneficios del fuego prescrito que habían demostrado años atrás. Hechos
como éste ratificaban la fuerte oposición institucional contra el uso del fuego
que venía ejecutándose desde principios de siglo (¿y esto, a quién le suena
familiar?).
Durante los años 1940s los ganaderos y ecólogos notaron un aumento
del matorral en las zonas tradicionalmente de pastizales, acompañado de una
decadencia de la calidad del pasto y de su capacidad para soportar cargas de
animales domésticos y salvajes. Como consecuencia de ello la Ley autorizó en
1945 que los propietarios que lo desearan realizaran quemas en sus tierras
invadidas por el matorral. Esta política estimuló de nuevo el interés por el
uso del fuego. De esta manera, el Departamento Forestal de California (CDF) no
participaba en las quemas y sólo intervenía en caso de contingencia, con lo que
se eximía de la responsabilidad de la ejecución. Sobre 1955 ya se habían
quemado 200.000 acres (80.000 ha.) y a partir de estas fechas la superficie fue
decayendo ya que tras 2 ó 3 quemas repetidas periódicamente se controlaba el
matorral.
Entre 1947 y 1960 H.H. Biswell estudia las quemas prescritas de
matorrales en el entorno del chaparral californiano, obteniendo resultados
sobre las técnicas más adecuadas para la ejecución de las quemas y
recomendaciones sobre la prescripción, organización y evaluación de la quema. A
partir de 1951 estudia las quemas bajo cubierta de Pinus ponderosa.
Sus resultados demuestran que estas actuaciones reducen los combustibles y por tanto el riesgo de incendios, o en caso
de que se produzca, facilitan la extinción. Con el objetivo de dar a
conocer la técnica selvícola y demostrar sus altos beneficios y la facilidad de
ejecución, se realizaron unas jornadas educativas en 1952, donde las dudas más
comunes de los asistentes eran la preocupación sobre el hecho de quemar bajo
copas y la posible contradicción entre el uso del fuego y los aspectos
ambientales. Estas cuestiones y
sobre todo luchar contra la cultura oficial establecida desde 1905 en los
forestales era la tarea más difícil. A mitad de los ´50 los ganaderos y
cazadores apoyaban totalmente la medida porque veían un aumento en la calidad y
cantidad de la producción de sus respectivas explotaciones, en cambio los
forestales seguían plenamente en contra.
A partir de 1962 se reunió un comité para estudiar la vida
silvestre de los Parques Nacionales, a la vista de la decadencia de la
vegetación en muchas zonas. Los expertos sabían que la restauración de la
cubierta vegetal era necesaria pero necesitaban un medio de actuación eficaz.
Se concluyó que las quemas eran el medio más natural, económico y factible para
recuperar estas zonas a sus estatus primitivo. En 1968 se ejecutó la primera
quema bajo Sequoiadendron giganteum en el Kings Canyon National Park y posteriormente
en el Yosemite National Park. Con
estas experiencias se demostró que la especie es altamente dependiente del
fuego y que sin él se convertiría en una especie rara o incluso en peligro de
extinción. En el Yosemite National Park
se queman 14.000 acres (5.600 hectáreas) al año en ciclos de 13 años.
Vemos entonces que tras 73 años (1905-1978) de política de
exclusión del fuego prescrito en EEUU las directrices fijadas desde las
instituciones han dado un giro radical. La principal razón de este cambio fue la gran magnitud de los incendios
forestales que fueron mucho más agresivos y dañinos precisamente en las zonas
de mayor protección. La persistencia en muchos casos de la política de
exclusión en determinadas zonas arbustivas, en realidad, es un círculo vicioso
en el que el aumento de incendios obliga a invertir más en protección y
extinción que, sin embargo, no elimina el problema y por el contrario perpetúa
el riesgo. La quema prescrita rompería esta cadena y minimizaría la incidencia
de los incendios en estas zonas.
Quemas prescritas en la cuenca mediterránea: el caso de España
Los antecedentes ya comentados en EEUU y los grandes incendios que
empezaban a producirse en la cuenca mediterránea como consecuencia del éxodo
rural y el desarrollismo de los años 1960s hizo que algunos gestores y
científicos miraran con gran preocupación ante un futuro nada alentador. Desde
mediados de los 1970s, en numerosas reuniones internacionales sobre los efectos
del fuego y la protección contra los incendios forestales, se viene hablando
sobre la conveniencia de aplicar esta técnica a los países mediterráneos.
Así en la Consulta Técnica sobre incendios forestales de la región
mediterránea, FAO/UNESCO/IUFRO de 1977, el Simposium sobre las consecuencias
ambientales del fuego en los ecosistemas mediterráneos también del 1977 o en el
Prescribed Burning Tour de 1980, numerosos autores (Wilson, Liacos, Naveh)
señalaron la conveniencia de la experimentación en esta materia en los países
europeos.
Desde 1978 los ingenieros e
investigadores Pita, González y Vega (Centro de Investigaciones Forestales de
Lourizán, Pontevedra) venían trabajando en quemas bajo eucaliptales para
control del matorral, hasta que en 1981 se firmó un convenio de colaboración
entre el antiguo ICONA y el INIA con objeto
de realizar estudios sobre el uso del fuego prescrito. Los primeros resultados
fueron apareciendo a partir de esta fecha aplicados a masas forestales de
Galicia (eucaliptales y pinares). Era evidente que sólo una experimentación de
las técnicas para las condiciones españolas podía tener plena significación,
máxime si hablamos de quema bajo arbolado. Con esta premisa se realizaron una
serie de fuegos prescritos bajo pinares de Pinus pinaster (1980) y Eucalyptus globulus
(1977, 1978). En 1998 tuvo lugar un Taller sobre el empleo de Quemas Prescritas
para la Prevención de Incendios Forestales en Lourizán (Pontevedra) organizado
por la Sociedad Española de Ciencias
Forestales (SECF), en el cual se presentaron las distintas investigaciones y
experiencias en el uso de las quemas en países como Portugal, Francia y España.
(Se pueden consultar estas experiencias en el buscador de publicaciones de la
SECF). Estas experiencias se han seguido realizando por parte de diversos
equipos de investigación. Los grandes incendios de los últimos años y la actual
crisis económica que dificulta la ejecución de desbroces, de alto coste para
los servicios forestales, ha hecho reflexionar a muchos de los profesionales de
las CCAA. En la actualidad, aunque en muchos casos tímidamente, las CCAA están apostando
por los programas de quemas, en general con objetivos de control de la carga de
combustible para prevenir incendios y mejora de pastizales. Todavía queda
camino por recorrer para generalizar esta técnica y diversificar objetivos
(mejora de hábitat de fauna silvestre, regeneración de arbolado, mejora de
pastizales bajo copas, etc.) pero el primer paso ya está dado y parece que en
el sector forestal y en el ámbito de la ecología hay consenso para impulsar
estos programas.
Paralelamente a este proceso, desde principios de los 1990s, la
Comisión Europea financió diversos proyectos de investigación sobre incendios
forestales en los que se incluía la quema prescrita como objeto de
investigación en sí mismo o como herramienta de experimentación para
desarrollar modelos de comportamiento del fuego. Durante el 6º Programa Marco
de la UE se financió el proyecto FIREPARADOX,
en cuya filosofía se incluía el uso del fuego por sus efectos beneficiosos,
tanto en la ejecución de quemas prescritas como en el correcto uso del fuego
técnico durante las operaciones de extinción (contrafuegos y quemas de
ensanche). Los resultados de este proyecto han impulsado definitivamente la
apuesta de la UE por la inclusión
del fuego en la gestión forestal, aunque aún existe una inercia similar a
la comentada en el caso de EEUU, ya que son precisamente muchos de los
profesionales e investigadores de ámbito forestal los que aún no consideran a
las quemas prescritas como la mejor opción para gestionar muchos de nuestros
ecosistemas. Así por ejemplo en la encuesta FIRESMART realizada entre técnicos
y científicos de diferentes países de la UE, se les solicitó que puntuaran de 1
a 10 diferentes técnicas de prevención de incendios y, aunque todas aprobaron
con más de 5 puntos y la quema prescrita recibió más de 6 puntos sobre 10, fue
significativamente superada por otras técnicas como la apertura de pistas, la
ubicación de puntos de agua, los desbroces y en definitiva técnicas directamente
relacionadas con el dispositivo de extinción. Por tanto existe aún una inercia
a pensar que la prevención se debe centrar en la exclusión del fuego, siendo la
quema una técnica aceptada pero no prioritaria.
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Interesante y muy actual!!!
ResponderEliminarInteresante y muy actual!!!
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