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Por Julián Cuevas González
España es un
país, que por su situación geográfica, ha sido obsequiada con una enorme
multiculturalidad desde tiempos inmemoriales, debido a la gran cantidad de
pueblos que han habitado sus tierras. Íberos, celtas, Romanos, Musulmanes… han
participado en la riqueza cultural que hoy en día posee este país. Además,
debido a la gran heterogeneidad geográfica y a los contrastes climáticos, ha
surgido una disparidad de culturas regionales en cuanto gastronomía, música,
arte, festividades e incluso lingüísticas, que han ido transformándose conforme
al desarrollo y evolución de los territorios. Este cambio también se ha podido
notar en los sistemas forestales españoles.
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El aprovechamiento de los recursos
que nos ofrece el monte ha servido de base a las economías de los distintos
periodos históricos, en los que, entre el siglo XVIII hasta bien entrado el
siglo XX hubo un cambio drástico en los planteamientos, desde la destrucción y
degradación de los montes hasta las repoblaciones realizadas por la
Administración forestal sobre todo en montes públicos, y la irrupción del gas
butano. En los últimos 30-40 años asistimos, en todo nuestro entorno europeo, a
un nuevo escenario (tercer periodo todavía inconcluso) denominado “cambio
global” y con severas afecciones sobre los sistemas forestales. Sus componentes
vienen determinados, de una parte, por la combinación de dos factores sociales
(desertización poblacional del medio rural y la modificación de sus pautas de
consumo) que, aunque se habían mostrado de modo incipiente en el periodo
anterior se intensifican en la actualidad, y de otra parte, por los efectos del
cambio climático. Pero esto no sólo queda ahí. Los incendios forestales son un
fenómeno que es característico de todo el arco Mediterráneo. Siempre han
ocurrido y seguirán ocurriendo. Y cuanta más “comida” tengan, más grandes y
virulentos podrán llegar a ser. La energía reprimida durante todos estos años
en nuestros sistemas forestales a consecuencia de la antropización, deja en
manos del caos la potencia y el alcance de estos incendios. En la actualidad,
algunos de los profesionales y gestores en materia de incendios forestales,
están al corriente de la situación en la que se encuentran los montes españoles
de utilidad pública, donde se podrían desarrollar planes de prevención contra
incendios forestales, pero se presenta la utópica idea de gestionar la
totalidad de las masas forestales. Para los montes privados, que suponen
aproximadamente un 60% del territorio forestal, se necesitaría la implicación
de los particulares en esta materia, que muchas veces, si no está la ley de por
medio, es difícil de conseguir.
Y ante esta difícil
situación y problemática histórica en la que se encuentran nuestros montes,
¿qué sabe la sociedad al respecto? ¿La necesidad de una prevención social es
una demanda histórica del sector de incendios forestales?
Como
consecuencia de esta humanización en los sistemas forestales españoles, la
tipología de incendios que se pueden desarrollar en los mismos, es bien
distinta a la de hace 50 años. En la
actualidad estamos entrando, desde el 2016, en la sexta generación de
incendios, como comenta M. Castellnou, analista jefe de los GRAF de Bombers de
la Generalitat de Cataluña, en una entrevista que hizo en junio para la cadena
SER, que nos habla de incendios de alta
intensidad con gran poder destructivo caracterizados por el impacto del cambio
climático en nuestros bosques y por el cambio socioeconómico que lo acompaña. Para intentar
minimizar sus devastadores efectos, existen grandes inversiones en extinción de
incendios, en lo que probablemente seamos uno de los países más potentes, pero
quizás no las suficientes en cuanto a prevención de los mismos. Tenemos que
hacer hincapié y saber diferenciar entre
dos conceptos que son fundamentales: las causas estructurales de los incendios
y las causas inmediatas u origen del incendio. Estas dos acepciones normalmente
se entrelazan y pierden su conexión en la propiedad tan significativamente
distinta que tiene cada una de ellas.
El poder destructivo de los grandes incendios que hoy en día asolan el país (y no sólo el nuestro, véase nuestro país vecino Portugal), son debidos a consecuencias antrópicas históricas por acumulaciones ingentes de biomasa en nuestros bosques, que han perdido la gestión forestal que hacían nuestros abuelos en ellos, entre otras causas. A todo ello se le suma el problema de la interfaz urbano-forestal, uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos en la extinción de incendios. Hacia donde echemos la vista, somos capaces de apreciar una urbanización, un chalet, naves, masías, granjas, etc., sumergidas entre hectáreas de bosques “matorralizados”, verdaderos polvorines en potencia, sin un plan de autoprotección que avale su protección y en los que en su interior se encuentran diversidad de combustibles de origen no forestal (pinturas, barnices, plásticos, algodones, bombonas, depósitos de gas, etc.), incluidos los combustibles en contacto con las casas (acumulaciones de productos, trastos viejos, deshechos, etc.), que agravan aún más el riesgo, potencialidad de los mismos y que se han mostrado como las vías principales de entrada del fuego en las edificaciones. Ante estas circunstancias que en la actualidad se plasman en la realidad de los incendios forestales de este país, dada la superficie de nuestros sistemas forestales, acumulación de biomasa, cambio climático, situación socioeconómica, etc., se nos plantea la casi utópica idea de poder realizar una gestión total del territorio, lo cual en primera instancia no parece ser muy factible (como se comentó anteriormente). Para ello se hace un esfuerzo en conocer, analizar y encontrar oportunidades que nos indiquen la estrategia que tenemos que seguir, cómo, dónde y cuándo poder trabajar nuestros bosques para poder reducir su impacto y las incertidumbres que se generan en caso de incendio forestal. Es decir, se trabaja en minimizar las causas estructurales de los incendios analizando directamente los sistemas forestales españoles, identificando puntos críticos mediante cartografía y simuladores del comportamiento del fuego, teniendo una buena base de datos de incendios históricos, etc., herramientas fundamentales para una buena gestión preventiva contra incendios forestales, disciplinas todas ellas englobadas en la ingeniería forestal aplicada a la prevención y extinción de incendios forestales
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Cambio del paisaje por efecto del abandono rural y las actividades agrarias Fuente |
Por otra parte existe una clasificación de las causas inmediatas del origen de incendios forestales. Hablamos de causas naturales (mayoritariamente por caída de rayos en tormentas con aparato eléctrico), causas antrópicas (accidentes, negligencias e intencionados), reproducciones de un incendio anterior y desconocidas si no se ha conseguido determinar la causa por parte de las Brigadas de Investigación de causas de Incendios Forestales (BIIF), encargadas de realizar esta labor después de cada incendio. El 80% de los siniestros son causados por actividades humanas, según las estadísticas del MAPAMA, alcanzando este porcentaje en algunos territorios a más del 95%. Entre las causas antrópicas se pueden distinguir varios tipos de actividades distintas, siendo la quema agrícola la responsable del mayor porcentaje de siniestros (aproximadamente el 30%) respecto al total de las negligencias y accidentes. Como se puede observar, ante la causa estructural del incendio forestal y la causa inmediata del origen del incendio forestal, existe una conexión directa en la que la mano del hombre está presente. Por lo que, ¿sería suficiente plantear en España un plan de prevención contra incendios forestales basado únicamente en la gestión de la causa estructural del incendio? Probablemente no.
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Las BIIF determinan las causas inmmediatas del origen de los incendios Fuente |
Al principio se habló del maravilloso mosaico cultural que presenta este país debido a la cantidad de pueblos que vivieron en él. Esta multiculturalidad también se refleja en el ejemplo del uso del fuego como una herramienta de gestión de nuestros montes que, dependiendo de la zona, se ha utilizado en mayor o menor medida con fines muy distintos. Pero en la mayoría de las zonas que se visiten, al preguntar, respondan con la frase ‘esto siempre se ha limpiado con fuego, siempre lo hemos hecho así’, con la más que típica coletilla de que ‘el monte está sucio’. Desde luego que el empleo del fuego como herramienta de gestión de determinadas zonas es importante y muy eficaz. Pero por los grandes incendios que estamos observando en la actualidad, debidos a las causas anteriormente expuestas, se deben de tener en cuenta unas mínimas pautas y formación a seguir para poder usarla de manera segura y que resulte de utilidad, sin que ello derive en una catástrofe de proporciones dantescas. Cuando se desata un incendio forestal, rápidamente es un incendio de grandes proporciones. Antaño, cuando nuestros abuelos trabajaban en los bosques y se les ‘escapaba’ una quema de rastrojos, en seguida se podían hacer con él, debido a las oportunidades de extinción que ofrecía la gestión que hacían de las masas forestales (las grandes discontinuidades que ofrecían esos trabajos forestales) y a la gran cantidad de gente que había en las zonas cercanas. Pero hoy en día esta situación es bien distinta; se quiere seguir utilizando el fuego como herramienta de gestión pero, cuando una de esas quemas se escapa, ya no existe la fragmentación del bosque que permitía las oportunidades de extinción ni existe el mismo número de personas en las cercanías del entorno rural donde se desate. Este es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta actualmente la prevención de incendios forestales. Se pretende utilizar las mismas herramientas que usaban nuestros abuelos de la misma manera que ellos, independientemente del estado actual de las masas forestales. Pero la situación es bien distinta.
Por lo que,
aparte de que existe la necesidad de que se dé un puñetazo a la mesa y empiecen
a cambiar las políticas de gestión de los bosques españoles, no se debe olvidar
que parte de ese puñetazo vaya destinado a la elaboración de unos planes de
formación, información y concienciación a la ciudadanía, esto es, en esos
planes deben ir incluidos planes sociopreventivos contra incendios forestales,
que se traten con especial realidad e interés. La educación forestal en
incendios forestales no sólo tiene que ir de la mano de los técnicos forestales
competentes en la materia, sino que tiene que formar parte de la cultura del
arco mediterráneo en el que está incluido este país. El concepto de “convivir
con el fuego” (la cultura que arrastrábamos de “todos contra el fuego” de los
años 80 y 90, ya es pasado), propuesto por R.L. Myers en el contexto de sus
trabajos en la ONG Nature Conservancy,
cambia totalmente el enfoque de las campañas de concienciación y educación. Se
debe educar a la población rural en qué trabajos puede realizar, cómo tiene que
realizarlos y las consecuencias que puede derivar si no los realiza
correctamente. A los habitantes de las urbanizaciones y zonas de interfaz de
los planes de autoprotección y del mantenimiento y estado de su propiedad. A la
población urbana, si su destino vacacional son las zonas forestales… a todo el
mundo en general, que existe la necesidad del cambio en las políticas de
gestión de los incendios forestales en los que está incluido el fuego.
Por tanto, la
reducción del número de las causas inmediatas de los incendios pasa por generar
una auténtica “sociocultura preventiva”. Debemos reducir el número de las
causas inmediatas del origen de los incendios asumiendo que no las podremos
reducir a cero, educando a la población rural en que la presencia del fuego se
debe adaptar a las nuevas condiciones estructurales de nuestros montes debido
al cambio global. A su vez hay que educar en que existe un fuego que, bien
gestionado por profesionales en colaboración con la población, es una
herramienta más dentro de los sistemas de manejo (“fuego bueno”). Todo ello
permitiría que el régimen de incendios (frecuencia, intensidad y severidad) sea
más acorde a las adaptaciones de nuestros ecosistemas y asumible por la
población, tanto rural como urbana, aumentando la resiliencia ecológica y
social a los incendios. Un reto educativo difícil al que la sociedad y las
administraciones debemos enfrentarnos si queremos aprender a convivir con los
incendios forestales.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgX6hxk3xamAMqdSyO41lhRqYCX7f7-8F9bVHkibH39LXUkxyXtbkUxnVp5wpQpzBRyfRvTgA3K1p1-ndg7x78qr9gnScghdmmpqdxeTMacn0u-mpB0Cfk9rnXAU-fidMGP-vvFZGWGF9A/s200/Julian.jpg)
Julián Cuevas González es Ingeniero Técnico Forestal. Desde el año 2000 trabaja en los dispositivos de incendios forestales (BRIF, EPRIF, UBE de Valencia y Brigadas Helitransportadas de Castilla-La Mancha, Tenerife y Galicia). Alumno de último curso del Máster Interuniversitario en Ciencia y Gestión Integral "Máster Fuego" y miembro de la Fundación Pau Costa.
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Julián Cuevas González es Ingeniero Técnico Forestal. Desde el año 2000 trabaja en los dispositivos de incendios forestales (BRIF, EPRIF, UBE de Valencia y Brigadas Helitransportadas de Castilla-La Mancha, Tenerife y Galicia). Alumno de último curso del Máster Interuniversitario en Ciencia y Gestión Integral "Máster Fuego" y miembro de la Fundación Pau Costa.
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