lunes, 30 de abril de 2018

Mamá, quiero ser forestal

En una mañana de primavera Raquel se enfrentaba al papel en blanco. Era uno de esos días raros en los que tocaba calor pero hacía frío. Se sentía bloqueada. Tenía que entregar su primer proyecto como ingeniera de montes en una semana, pero había algo que no la dejaba seguir. Tenía todos los datos de campo bien ordenados. Tenía ganas de demostrar todo lo que le habían enseñado. Y sin embargo, lo único que deseaba era huir al sudeste asiático para no volver jamás.

Monte Navahondona (Cazorla, Jaén, España) Fuente


En esa mañana del 30 de abril se levantó odiando quién era y el camino profesional que había elegido. Hizo la carrera con mucho esfuerzo e ilusión. Le gustaba haber aprendido muchas y variadas disciplinas. Es lo que más le atrajo cuando, 8 años atrás, tuvo que elegir su destino después de hacer la selectividad. Mirando entre las diferentes guías que orientaban al alumnado se encontró con "Ingeniería de Montes" "¿qué puñetas es eso?" Siempre le había gustado mucho la naturaleza, ir al campo, los animales, las plantas, pero no sabía que había unos estudios universitarios que se dedicaban a saber cómo se gestionan...¿gestionar la naturaleza?¿es eso posible? Los primeros años parecían de ingeniería pura y dura: matemáticas, física, química, dibujo técnico, pero poco a poco aparecían materias para ella atractivas, al menos sobre el papel: anatomía y fisiología vegetal, meteorología, edafología, hidrología, botánica, y en los últimos cursos, selvicultura, ordenación, gestión de fauna, repoblaciones, incendios forestales...todo un mundo por delante del que aprender. El camino fue algo más largo de lo previsto porque hubo que repetir matrícula unas cuantas veces, pero finalmente consiguió el título que tanto ansiaba.

En su primer trabajo había tenido que aplicar todos los conocimientos adquiridos en la carrera y alguna consulta adicional a los apuntes de Rafael Serrada para hacer el informe selvícola de la revisión de ordenación del monte Navahondona, en la Sierra de Cazorla. Después se había currado el trabajo de campo para hacer el inventario de ordenación, aunque actualmente estos tiempos se han acortado mucho gracias a la ayuda de sensores remotos y de la disponibilidad del vuelo LiDAR de PNOA. Muchas de estas cosas no te las enseñan en la carrera y se tuvo que poner las pilas con las tecnologías de información geográfica (TIGs en la jerga universitaria).

Pero lo que le preocupaba esa mañana no eran cuestiones de ingeniería, que las tenía bastante controladas, después de un intenso año empapándose de todos ellas para elaborar un buen proyecto de ordenación. Era una cuestión más existencial. Su abuela siempre le decía "no pienses tanto que de mucho pensar lo ves todo negro". Pero no podía evitarlo. Había leído recientemente que se ejecutan un porcentaje muy bajo de los proyectos de ordenación ¿Y entonces, para qué sirve todo el trabajo que estoy haciendo? Fue más allá ¿para qué sirve el trabajo de generaciones de profesionales si después no se ejecutan las acciones propuestas? ¿Se han convertido en una "rutina" las revisiones de ordenación? La herramienta de ingeniería más potente que dispone el técnico la tenemos enterrada en un cajón ¿por qué? Pues como siempre. Porque no hay dinero. Fue más allá en su razonamiento autodestructivo. Supongamos que no existiera la gestión forestal ¿tendría sentido la profesión que había elegido con tanta ilusión? Su vida profesional se convertiría en una farsa ¿era su vida una farsa? En la Escuela Universitaria donde estudió se metían mucho con los compañeros de Agrónomos acusándolos de que vivían en el esquizofrenia: los habían formado para producir alimentos y en Europa había excedentes alimentarios ¿le estaba pasando a ella lo mismo?

Mientras pensaba en qué hacer con su vida estaba terminando de perfilar el último cantón "Área basimétrica 25 metros cuadrados por hectárea, diámetro cuadrático medio 31 centímetros, altura media 12 metros, altura dominante 15 m, 50 por ciento de cobertura de matorral, modelo 5 del sistema BEHAVE, ok, esto está completo,..." pero la otra mitad del cerebro decía "Esto no le importa a nadie un carajo, qué pérdida de tiempo, no va a servir de nada,..." Así llevaba el último mes. Cuando hacía la llamada semanal a su casa, que estaba a más de 600 km, no podía evitar un tono de insatisfacción que su madre detectaba a partir del tercer minuto de conversación "A tí te pasa algo" "No, mamá, estoy bien" "Dime qué te pasa" "Nada mamá, serán los nervios de la entrega" "Te conozco hija, a ti te reconcome algo" "No te preocupes, todo va bien" Y su madre tenía que conformarse con eso a sabiendas que su hija mentía. Pero ¿qué era lo que ocultaba en realidad? Ni Raquel misma lo sabía. Era un vacío, un vértigo, un frenesí algo psicótico, como si todas las películas de Hitchcock activaran su amígdala cerebral simultáneamente.

Llegó el momento de la entrega. No era un día especial. Hacía calor pero no tanta como para poner el aire acondicionado. Ese día recibió la llamada de Ceferino, el agente forestal con el que había estado trabajando el último año. Creía que la llamaba por alguna cuestión profesional. Pero no. Sólo la llamaba para felicitarla. A pesar de tener 35 años más que ella habían conectado desde el principio y no se le olvidó que ese día de finales de primavera suponía un día especial para esa joven ingeniera que iba a entregar su primer proyecto. Una hora después la llamó su madre "gracias mamá, te llamo esta tarde, estoy muy liada". A los 10 minutos la llamó se jefe "Estamos muy contentos con tu trabajo, enhorabuena". Un atisbo de felicidad lucía en su rostro en el momento de la entrega, no todo era negativo.

Seis meses después Raquel seguía con la rutina y, aunque a veces pensaba en todo aquello, había aprendido (o quizás se había resignado) a que su profesión implicaba trabajar para las siguientes generaciones o, lo que es peor, para rellenar estanterías. De pronto llamó el Director conservador del Parque Natural de Carzorla, Segura y Las Villas. La invitaba a dar una charla sobre la revisión del monte Navahondona porque querían empezar con los trabajos selvícolas ¡No se lo podría creer! ¡Su proyecto se iba a ejecutar!

Habían pasado 3 años, Raquel se había casado y estaba embarazada de su primer hijo. En las vacaciones de ese verano tuvo la oportunidad de hacer una visita a "su monte", aquel que se convirtió en su primer trabajo. Paseando por una de las rutas de senderismo que terminaban en Vadillo Castril, se cruzó con una pastora de la zona. Le gustó encontrarse a una ganadera en extensivo con tanta iniciativa. Era joven y había vuelto al pueblo de sus abuelos después de pasar su infancia en Linares. Hizo el ciclo formativo de recursos forestales en Vadillo y decidió probar suerte con las cabras y las vacas montando una quesería. Raquel no quiso decirle que era forestal y que conocía muy bien la zona y la dejó hablar. Después de contarle sus dificultades llegó a un momento del relato que empezó a erizarle los pelos del antebrazo "A una ingeniera que hizo el proyecto de ordenación de este monte se le ocurrió la feliz idea de recuperar los pastizales en algunos de los cantones donde se habían perdido por falta de uso, implicaba cortar mucho volumen de madera y la necesidad de meter ganado. Tras muchas discusiones entre la dirección del Parque, las asociaciones ecologistas y los ganaderos de la zona, decidieron llevar adelante las propuestas de la revisión de ordenación. Me dio la vida. Garantizarme ese alimento para mi ganado posiblemente fue determinante para seguir con mi explotación. Después vino lo de la RAPCA y me dio otro empujoncillo que me hace sentir muy bien contribuyendo a la prevención de incendios en mi propia casa" Raquel no pudo evitar que le brillaran los ojos y a punto estuvo de soltar un lágrima. Finalmente puedo guardar la compostura mientras se mordía la lengua para no decirle a la ganadera que estaba hablando de ella. Entre la vanidad y la vergüenza decidió dejarlo así y quedarse en el anonimato mientras que en su interior se removieron muchas de las cosas que sintió cuando redactaba el proyecto de ordenación y pensó que sólo por este momento merecía la pena trabajar en esto. Se acordó de Ceferino que se había jubilado hace un año. Se acordó de su madre y de cómo detectaba como una superhéroe sus tonalidades de voz a través del teléfono. Y se acordó de esa joven que después de la selectividad decidió decirle: "Mamá, quiero ser forestal".


Nota del narrador: Los hechos que se relatan son totalmente inventados pero cualquier parecido con la realidad puede que no sea mera coincidencia #soyforestal


13 comentarios:

  1. Mientras lo leía me he sentido la madre de Raquel. Mi hija también es I. T. F. y he vivido muy de cerca ésos momento con ella. Animo chicos hagamos una naturaleza mejor

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    1. ¡Cómo me alegra ver por aquí a una madre! Como decía Gila ¿quién se acuerda de la madre del portero? :-) Claro que sí, sabemos que sufrís y disfrutáis con nosotros los sinsabores de la profesión, pero suelen ganar siempre las cosas buenas. Un saludo y gracias por la lectura.

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  2. Me ha encantado, pero sin ánimo de contravenir la nota del narrador, parece muy real!

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  3. Muy bueno Javier. Felicidades por tu fantástica labor divulgadora.

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  4. Ay qué identificada me he sentido como estudiante de esta preciosa carrera. Precioso tu relato, muchas gracias :)

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